Andres Arana

miércoles, 20 de noviembre de 2013

El amor y una condena


En medio del delirio, él escucho una voz tenue tan dulce que llegaba a sus oídos, no supo bien qué decía ni entendía de donde venía tal llanto glorioso y se levantó de la esquina sin que la soledad terrible del lugar le abrumara con su total oscuridad.

Decidió entonces que debía encontrar esa voz y busco por cada rincón y  al chocarse con una pared se fue guiando por ella, fue acercando sus oídos para escuchar con claridad aquella voz que se perdía por momentos y qué parecía que estuviera muy lejos. Creyó entonces que iba a encontrar un amor ese que permaneció tan esquivo y lejano de él durante toda su vida. Había un llanto, era el llanto de una niña al otro lado de pared que agonizaba a gritos y alaridos por ayuda, para que alguien la salvara.

Este llanto era agobiante y se sentía en la piel su dolor, sus gritos desgarraban las venas y por los poros hacia qué emanara sangre que no coagulaba, que simplemente se convertía en peste derramada en el piso qué producía un olor insoportable.

Cada día escuchó su llanto, cada día trato de consolarla, dio su corazón entero y al pasar los años sus piernas ya no resistieron más. Fue entonces que cayendo al piso encima de la  putrefacción, escribió sus sentimientos en la pared  púes con su último esfuerzo y la sangre en la punta de su dedo, allí dejo huella de quien se había enamorado y a quien con su fuego en el corazón trato de salvar de ese dolor y calvario que vivía la niña.

La caverna fue abierta una vez cuando ya había desaparecido la tormenta que azotaba el lugar, encontrando allí  una bella niña que sentada en piso estaba besando los huesos, tan solo vestigios de un amor, solo recuerdos de aquel banquete de amor que le salvo la vida; sin duda alguna él ya no existe.

Aquello que permanecerá plasmado en cuatro paredes será el amor qué sacrifica una vida para extender la de aquel ser magnificente. Ella qué  de las cuatro paredes se niega a salir  aun cumpliendo ya su condena duerme entre los huesos de quien alguna vez fue su mayor consuelo en la soledad. Ese es el amor que sobrevive en medio de olvido y desolación.



By Andrés Arana 
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