Andres Arana

viernes, 8 de noviembre de 2013

Arena rojiza y blanca


Me sujeté a ti para no caer al camino escabroso púes por el galope torpe que llevabas casi me caigo, me sostuve de tus caderas y enseguida  me miraste como hiena, esa fue la ultima vez que te vi y después de rodar hasta las raíces de un árbol me dí cuenta que ¡ya! sólo me encontraba a merced de los demonios. Fue entonces que de mí todo olvidaste para escapar al amor naciente,  te convertiste en una cobarde qué agarro el corcel más cercano y como excusa le utilizaras para no dar explicaciones, solo quedo ese manto silencioso entre lo que eres y lo que fuiste, lo que ame y lo que desconozco porque las dudas son un monstruo que en soledad se vuelve tan poderoso que invita al seducir tu mente a creer mentiras que al corazón doliente es débil y persuasivo.

Sí imaginaras que entre la bruma espesa de la niebla en la mañana, cuando recorría el bosque lleno de peldaños al cual me sentenciaste  en busca de ti encontrará;  lo que a tu corazón hizo falta para correr el riesgo y te enamorarás, nobleza evidenciado en los actos de un corazón desconocido que a lo lejos brillaba por su esencia, por su delgada figura y bonitas piernas ¡ella! Una completa desconocida dispersaba tus recuerdos e inhibía el dolor provocado, las heridas y  las llagas que el pasado habrían causado. Solo ella parada allí a la orilla de una playa de arena rojiza y blanca que se matizaban y hacían del horizonte un bello paisaje como si la naturaleza le exaltara a propósito para que aquellos perdidos en el bosque al llegar a la playa tuvieran su minuto de paz y tranquilidad.

¡Un coqueto! Qué a sus olas enviaba para acercarse a ella y en su pretencioso deseo le rozara sus pies o intentará atrapar para hacerla princesa, un lugar solo asequible para adeptos... sin duda un Dios lujurioso y
caprichoso...



By Andrés Arana

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