Andres Arana

miércoles, 15 de enero de 2014

Masoquismo

Era una lluviosa noche de enero, y yo me encontraba solitario en un dormitorio al que solía llamar "hogar". A lo lejos podía escuchar el leve sonido que producía el choque de unas cuantas goteras contra los recipientes de aluminio que había puesto para evitar que el lugar se inundara con agua sucia proveniente del tejado. 

Entre tanto yo intentaba dormir con la vaga esperanza de disipar el sufrimiento y es por ésto que me hallaba acostado mirando hacía el techo que no podía ver, no podía divisarlo porque la electricidad había sido cortada por culpa de la tormenta y la claridad del cuarto era casi nula, a excepción de la tenue luz que ofrecían un par de velas que por suerte había encontrado en uno de los cajones de mi desteñido y viejo armario. 

Y allí me encontraba yo, cansado pero sin poder dormir, cuestionándome una y otra vez porque mi vida era tan patética; sin bien podría estar en este instante disfrutando de una buena noche con mi pareja, sencillamente ya no lo haría porque hace unas horas me había apartado de su vida. 

¡Ay Isabela!, esa mujer me volvía loco; tenía un rostro agraciado y sencillo, una personalidad inestable y  una expresión de ingenuidad aborrecible marcada en su rostro, una inocencia que hasta hoy puedo saber que no eran más que una ruin mentira, ahora he logrado saber que en verdad era astuta y perversa, aunque su hermosa apariencia dijera lo contrario; era embustera y manipuladora, ¡pero como la amaba!, la amaba a tal punto que esta noche solo desearía que ella se quedara a mentirme un poco más.

DM.


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